El pasado sábado por la tarde, apurando mis vacaciones en Rota tras disfrutar una maravillosa semana con mis padres y mis amigos, convencí a Miguel para tomarnos un mojito en la playa de Punta Candor, en nuestro chiringuito preferido, mientras contemplábamos la puesta de sol desde la playa (esos pequeños momentos en los que la paz se apodera de tu cuerpo y la tranquilidad abunda tu mente). Pero hoy no hablaré de ninguno de esos placeres de los cuales se pueden disfrutar en la provincia de Cádiz, hablaré de la noticia de la cual me enteré antes de disfrutar de tal cocktel, la muerte de Amy Winehouse.
Si fuera periodista musical, el primer titular que me hubiese venido a la mente tras leer la noticia hubiera sido “crónica de una muerte anunciada”, la chica había estado comprando boletos para que esto sucediera más pronto que tarde y por desgracia para la música así fue. No hablaré de la vida de la artista británica, tales crónicas se las cedo a los grandes críticos musicales que hay repartidos por el mundo, pero como admirador de la música daré mi punto de vista de una estirpe de artistas que están en peligro de extinción, aquellos que hicieron, y que cada vez menos hacen, grande aquello de “sexo, drogas y rock&roll”.
Aunque cada vez son menos los que llevan esta frase como referente en su vida, cierto es que son muchos los rockeros que en los años 70 murieron o pasaron apuros de salud llevando unas vidas desenfrenadas, conduciéndolas siempre por carreteras poco asfaltadas por el borde de precipicios, siguiendo la frase “vive como si te fueras a morir mañana, sueña como si fueras a vivir para siempre”. Amy Winehouse es la última socia de un club selecto del y admirado del 27, en el que están como grandes miembros Jimi Hendrix, Kurt Cobain o la antecesora de la propia Amy, Janis Joplin. Cada vez escasean más las historias como las famosas fiestas de Freddy Mercury, en las cuales enanos desnudos sujetaban con la cabeza bandejas con cocaína de alta calidad traída de Colombia. Tampoco hay guitarristas como Slash o Keith Richards, los cuales afirman respectivamente que durante años se bebía una botella de Jack Daniels diaria, o que se esnifó las cenizas de su padre…gente sin complejos que díria el anuncio…
Me da pena la muerte de Amy Winehouse, una chica con una voz y un talento magestuoso y que de haber sido más prolífera su carrera musical, nos habría dejado alguna joya más al margen de su magnífico segundo disco “Back to black”. Recuerdo que la canción que me hizo conocer a Amy fue “Tears dry on their own”, una canción con ritmo jazz y soul acompañadas como no por su voz…y luego llegó la canción la cual la lanzó al estrellato “Rehab” y en la que resumía su vida en una frase “They tried to make go to Rehab, and I said no, no, no”. Al final si que fue varias veces a clínicas de desintoxicación, pero está claro que como digna socia del club, no salió de ese hoyo tan profundo en el que se encontraba por las drogas y el alcohol.
Lo que está claro es que ya no hay tantos artistas que siguen los artistas previamente mencionados. Sin dudar ni por un instante que se siguen haciendo fiestas o que las groupies seguirán existiendo y lo harán por el resto de los días, si pienso que con la muerte de Amy Winehouse, se va extinguiendo una especie que a mi parecer, sin seguir los pasos de estos monstruos de la música, me resulta atractiva de leer y conocer, y que les da aún una mayor aureola a sus carreras discográficas. Al final la realidad actual de la música me da la sensación que cada día se dirige más al título de la canción de The Verve “Drugs don’t work” lo cual sin ser mentira, hace menos atractiva la vida de las grandes estrellas de rock…
Desde el cielo atravesando Portugal mientras vuelvo a Yarm tras mis vacaciones y escuchando grandes éxitos de ese club selecto de artistas, con amor, buenas noches, os quiero.
Alejandro
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